martes, noviembre 27, 2007

PÉGAME QUE ME GUSTA

Hacía un par de fechas se había consumado el descenso de Coquimbo Unido a la Primera B, condimentado con un marco importante de gente y mucha tristeza.
Faltaba por conocer el nombre de los otros dos equipos que acompañarían al Pirata a la segunda división, cuestión que la última fecha terminó por revelar: Santiago Wanderers y Lota Schwager. Puerto Montt zafó del descenso directo y deberá pelear la promoción.

Una aproximación futbolística nos señala que Coquimbo era un buen cuadro, con interesantes variantes en ofensiva, pero muy débil mentalmente -perdió todos los duelos directos por el descenso-; que Lota se transformó en un equipo entrañable para todos por lo sacrificado de su realidad, lo que sin duda atentó contra cualquier aspiración que legítimamente, al tenor de sus nombres, pudiese tener el cuadro de la lamparita: hombres como Salcedo o Silva seguramente recalarán en otros clubes y demostrarán su valía; y que Wanderers era un elenco demasiado joven y sus valores experimentados -casos Cancino y Tampe- no estuvieron a la altura.

Sacando a Lota, que en mi opinión es una verdadera historia de amor incondicional (y no se trata aquí de adoptar el típico papel de defensor del más chico, del más pobre) por lo que envuelve su realidad institucional que, a su vez, recrea de modo perfecto la situación de una de las localidades más pobres y sacrificadas de nuestro país como es Lota y el trabajo que en torno a la extracción de carbón se desarrolla, con una parcialidad fiel al extremo de gente muy humilde que acompañó a su equipo ¡hasta Arica! (y que de paso, siguió en una masa considerable cuando se enfrentó a Colo Colo, cuestión que ni siquiera otras hinchadas de equipos supuestamente grandes se dan el lujo de hacer), lo de los dos equipos porteños descendidos me provoca sentimientos encontrados.

No voy a decir que las lágrimas derramadas por los hinchas de Wanderers y Coquimbo son de cocodrilo, ni que el apoyo en las instancias fatales no fue conmovedor.
Lo que sí me causa cierta suspicacia es esa manía de victimizarse a los ojos del resto y salir a gritar y demostrar que se está con el equipo en las malas.
Ojo, una cosa es estar siempre, en las buenas y en las pésimas, y otra bien distinta es aprovechar una coyuntura, como es un descenso cierto, para lavar los errores propios -del hincha- y ajenos -del equipo-, creyendo que por el sólo hecho de concurrir y alentar al club de sus amores cuando ya no hay nada que hacer se redimen de su falta de apoyo a lo largo de toda la campaña.

Es una cuestión bastante personal, pero para mí el verdadero hincha y el que no tiene que demostrarle nada a nadie es otro, el que va a los partidos de mitad de semana que no parecen importantes, el que acompaña al equipo cuando deambula en la medianía de la tabla sin pelear nada concreto, el que alienta hasta en los amistosos, el que va a los partidos de vuelta pese a que en la ida te hayan boleteado y en suma, el que sufre o goza la campaña completa, aguantando partidos pésimos en que no se define ninguna cosa. Eso es lo realmente difícil.

Claro, a los ojos del espectador medio, las casi 10 mil personas que repletaron Playa Ancha y entonaron el himno del Decano cuando se consumó la pesadilla pueden parecer ejemplos de lealtad.
Yo no quiero faltarle el respeto a quienes vivieron el descenso, sin duda una de las experiencias más traumáticas del fútbol, pero me molestan de sobremanera esos que lloraron para ejemplificar la mal entendida "pasión", cuando durante toda la campaña se mantuvieron ausentes, putearon de lo lindo desde sus casas y no apoyaron al equipo cuando más lo necesitó, que no fue precisamente el último partido.
Saco de este lote a esos 3 mil que sí estuvieron presentes en todos o la mayoría de los partidos, al menos de local, y que soportaron verdaderos bodrios de partido y pese a ello, iban al siguiente encuentro. Esos sí que merecen respeto y admiración.

Una frase histórica dice "no llores como mujer, lo que no pudiste defender como hombre", que adaptada al mundo futbolero sería algo así como "no llores el descenso, si no estuviste en toda la campaña", porque las verdaderas muestras de amor son las más anónimas y el que quiere se contenta con las cosas más simples: ver saltar a los jugadores a la cancha, gritar un gol, alegrarse con una victoria o entristecerse con la derrota, sea el partido que sea, el rival de que se trate, la cancha donde se juegue, en fin, la circunstancia cualquiera que rodee el match, porque lo que importa son los colores propios.

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